Vino y salud: historia, ciencia y advertencias de una bebida milenaria

Vino y salud: historia, ciencia y advertencias de una bebida milenaria

Vino y salud: historia, ciencia y advertencias de una bebida milenaria

Desde las antiguas civilizaciones hasta nuestros días, el vino ha sido mucho más que una bebida. Utilizado durante siglos como medicina natural, y hoy valorado por su potencial antioxidante, el debate sobre si realmente es saludable sigue abierto. Hoy, gracias a estudios científicos recientes, sabemos más sobre los componentes del vino y su impacto en el organismo. Y mientras los consumidores disfrutan de una amplia variedad de vinos en tiendas especializadas, médicos y científicos coinciden en algo esencial: los beneficios dependen, estrictamente, de la moderación.

Una medicina con miles de años

El vino fue una de las primeras «medicinas» documentadas. En tablillas sumerias del 2200 a.C., ya se mencionaba como ingrediente terapéutico. En el antiguo Egipto, se prescribía para enfermedades como el asma o la tristeza. La India védica lo adoraba como “Soma”, una sustancia divina que fortalecía cuerpo y mente. En Grecia, Hipócrates lo consideraba ideal para mejorar la digestión, reducir la fiebre y tratar heridas. Y en Roma, los soldados lo bebían para evitar infecciones intestinales.

Durante la Edad Media, los monasterios mantuvieron vivo el conocimiento medicinal del vino. Arnaldus de Villa Nova lo recomendaba para tratar melancolía, afecciones hepáticas y del tracto urinario. Ya en el Renacimiento, el médico Paracelso defendía su efecto positivo en la circulación sanguínea. A pesar del paso de los siglos, la percepción del vino como aliado de la salud perduró en la cultura occidental.

El papel de los polifenoles

Hoy en día, la investigación científica ha identificado compuestos clave en el vino, especialmente en el tinto, que podrían explicar sus efectos beneficiosos. Los protagonistas son los polifenoles, sustancias antioxidantes presentes principalmente en la piel y semillas de las uvas.

Entre ellos destacan:

  • Taninos: otorgan astringencia y estructura al vino, y poseen propiedades antioxidantes.
  • Antocianinas: responsables del color rojo intenso; reducen la inflamación.
  • Resveratrol: quizá el más estudiado, con posibles efectos en la salud cardiovascular, la longevidad y la protección celular.

Estudios recientes sugieren que los polifenoles también pueden mejorar la sensibilidad a la insulina, proteger el cerebro y favorecer una microbiota intestinal equilibrada. Un consumo moderado de vino tinto podría incluso aumentar ciertas bacterias beneficiosas en el intestino, fortaleciendo el sistema inmune.

¿Qué beneficios ofrece?

Aunque no todos los expertos están de acuerdo en recomendar el vino como parte de una dieta saludable, diversas investigaciones han destacado beneficios asociados a su consumo responsable:

  • Salud cardiovascular: se ha observado que consumir entre medio y un vaso diario puede reducir hasta en un 50% el riesgo de enfermedades coronarias.
  • Mejora en la circulación: gracias a sus antioxidantes, favorece la dilatación de los vasos sanguíneos.
  • Protección frente al Alzheimer y ciertos tipos de cáncer: algunos estudios relacionan el consumo moderado con una menor incidencia de cáncer de colon y mejor función cognitiva.
  • Reducción del colesterol y mejora del metabolismo: los antioxidantes pueden ayudar a regular el azúcar en sangre y favorecer la pérdida de peso.
  • Efecto antimicrobiano: tradicionalmente, se utilizaba como desinfectante natural, y aún se reconocen algunas propiedades antibacterianas.

Incluso se ha valorado positivamente el consumo de vino blanco, que, aunque tiene menos polifenoles que el tinto, podría ofrecer beneficios similares para el corazón y la memoria.

Vino orgánico: ¿una mejor opción?

El auge del vino orgánico ha sumado una dimensión ecológica y de salud a este producto milenario. Libre de pesticidas y con menor presencia de sulfitos, se considera más «limpio» y, según algunos consumidores, más fácil de digerir. También representa una opción para quienes sufren reacciones adversas al vino tradicional.

Los riesgos del exceso

Sin embargo, no todo lo que reluce en una copa de vino es salud. El consumo excesivo tiene efectos negativos bien documentados:

  • Daños hepáticos: desde hepatitis alcohólica hasta cirrosis.
  • Problemas cardiovasculares: consumo crónico puede elevar la presión arterial y aumentar el riesgo de arritmias y accidentes cerebrovasculares.
  • Mayor riesgo de cáncer: el alcohol está claramente vinculado con cánceres de mama, hígado, esófago y colon.
  • Impacto neurológico: el alcohol afecta las funciones cognitivas y puede provocar deterioro cerebral.
  • Sistema inmune debilitado: tras una noche de exceso, el cuerpo queda más expuesto a infecciones.
  • Dependencia y salud mental: el uso frecuente de alcohol puede derivar en trastornos del ánimo o adicción.

¿Cuánto es “moderado”?

La respuesta varía, pero en general se considera seguro consumir hasta 1 copa diaria en mujeres y hasta 2 en hombres, idealmente acompañadas de alimentos. Algunos estudios sugieren beneficios a partir de los 35 años, pero también afirman que no existe un consumo sin riesgo. Cada gramo de alcohol cuenta, y los efectos pueden variar según la genética, la dieta, el sexo y el estado de salud.

Ni panacea ni veneno

El vino tiene una historia rica y compleja, ligada tanto a la medicina como al placer. Sus compuestos antioxidantes han demostrado potencial para apoyar ciertas funciones del cuerpo, pero también es claro que el consumo excesivo puede ser devastador para la salud.

Hoy, las guías médicas más actualizadas coinciden en que la mejor estrategia es la moderación absoluta, o incluso la abstinencia, especialmente para quienes tienen antecedentes familiares de enfermedades crónicas o problemas de adicción. Al final, una copa de vino puede brindar beneficios, sí, pero no sustituye una dieta equilibrada, ejercicio regular y un estilo de vida saludable.

 
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Equipo Prensa Portal Red Salud

   

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