En el ámbito de la nutrición, sabemos que las personas no comen solo por necesidad biológica. Comen también por emoción. Y este fenómeno, conocido como comer emocional, es mucho más común de lo que imaginamos. No se trata de falta de autocontrol, sino de una respuesta aprendida; usar la comida para manejar estados emocionales internos como estrés, ansiedad, tristeza, alegría y enojo, entre otros.
Desde la ciencia, el comer emocional surge cuando se confunden señales. En lugar de reconocer una emoción, el cuerpo y la mente reaccionan como si se tratara de hambre. Esto activa automáticamente la búsqueda de alimentos que produzcan alivio rápido, generalmente aquellos ricos en azúcar, grasas o sabores intensos (generalmente alimentos ultraprocesados). Esa elección no es casual, ya que la comida proporciona un efecto calmante inmediato. Sin embargo, es un alivio momentáneo que no resuelve la emoción original y que, con frecuencia, desencadena un placer culposo o malestar posterior que puede traer como consecuencia algún tipo de malnutrición cuando se vuelve frecuente.
Desde una mirada clínica, regular el comer emocional no consiste en iniciar dietas restrictivas ni prohibir alimentos. Por el contrario, esas prácticas suelen aumentar la ansiedad y fortalecer el ciclo de comer por impulso. Lo que realmente marca la diferencia es desarrollar autoconciencia alimentaria, es decir, aprender a reconocer si lo que sentimos es hambre real o una emoción que busca alivio.
La Alimentación Consciente ofrece herramientas sencillas y efectivas para lograrlo. El primer paso es hacer una pausa antes de comer y preguntarse: “¿Qué estoy sintiendo en este momento?” Para facilitar esa reflexión, se pueden integrar acciones prácticas como: respirar durante unos segundos antes de tomar un alimento, comer sin pantallas, evitando el celular o la TV para estar presentes, masticar más lento, permitiendo percibir sabores y sensaciones, observar colores, texturas y aromas, conectándose con la experiencia real de comer.
Estas prácticas ayudan a reconectar con el cuerpo y permiten identificar cuándo la comida aparece como respuesta emocional. Con el tiempo, esto abre espacio para elegir otras formas de regular lo que sentimos: caminar unos minutos, conversar con alguien, tomar agua, escribir lo que ocurre o simplemente permitir que la emoción se exprese sin anestesiarla con comida.
El comer emocional es algo natural y no significa que estemos fallando, si lo podemos regular aprendiendo a reconocer nuestras emociones antes de acudir a la comida. Si somos amables con nosotros mismos durante este proceso, podemos recuperar una relación más tranquila y consciente con la alimentación.
Solange Martínez, Magister en Promoción en Salud Familiar y Comunitaria
Académica de Nutrición y Dietética
Universidad San Sebastián
























