Estas últimas semanas la conversación pública sobre nutrición ha estado fuertemente influenciada por los estándares estéticos que circulan en programas de televisión y redes sociales. Bajo la idea de comer sano, muchas veces se esconde la presión por alcanzar ciertos cuerpos, como si la alimentación tuviera como objetivo principal ajustarse a un estándar de imagen específico. Cuando eso ocurre, la comida deja de ser un acto cotidiano para transformarse en un campo de vigilancia constante. Es ahí cuando la alimentación se vuelve rehén de la apariencia.

La evidencia muestra que la salud depende de múltiples factores: hábitos alimentarios sostenidos en el tiempo, actividad física regular, salud mental y condiciones sociales que determinan el acceso a alimentos y espacios seguros. Sin embargo, la conversación suele reducirse al peso, ignorando que distintas corporalidades pueden ser saludables y activas. Esta mirada limitada contribuye a la “gordofobia”, fenómeno que no solo daña la autoestima, sino que deteriora la relación con la comida.

Promover la alimentación saludable implica recuperar su sentido original: entregar energía, favorecer la prevención de enfermedades y aportar bienestar integral. Esto requiere priorizar alimentos naturales, mantener horarios regulares, escuchar señales internas de hambre y saciedad, y permitir la convivencia equilibrada con nuestra cultura culinaria. La culpa no es parte de un estilo de vida saludable; por el contrario, profundiza la ansiedad alimentaria y promueve conductas restrictivas que afectan la salud física y emocional.

Asimismo, la actividad física debe entenderse como un hábito orientado a la salud integral: mejorar la capacidad funcional, proteger la salud cardiovascular y contribuir a mantener un cuerpo fuerte a lo largo del tiempo. No es un castigo ni una herramienta para compensar lo comido, sino una práctica beneficiosa para todas las corporalidades.

Superar la influencia de la apariencia sobre la alimentación requiere responsabilidad comunicacional y sanitaria. Significa abandonar mensajes que refuercen estigmas y avanzar hacia recomendaciones realistas, inclusivas y centradas en el bienestar. Comer bien no debería ser una exigencia estética, sino un acto de autocuidado que acompañe la vida diaria.

Volver a ese enfoque es fundamental para construir una sociedad donde la salud prevalezca por sobre la imagen y donde todas las personas puedan relacionarse con la comida desde la dignidad, la información clara y el bienestar integral.

Evelyn Sánchez Académica Escuela de Nutrición y Dietética Universidad de Las Américas

 

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