Experta en microbiología explica cómo los microorganismos que habitan nuestro intestino reflejan con precisión los efectos de nuestras decisiones alimentarias, y por qué una dieta rica en fibra puede marcar la diferencia
Cuando hablamos de tecnologías para monitorear la alimentación, solemos imaginar dispositivos electrónicos sofisticados. Pero la ciencia nos recuerda que el mejor biosensor lo llevamos dentro: se trata de la microbiota intestinal, un complejo ecosistema de microorganismos que vive en nuestro sistema digestivo y cumple funciones clave para la salud.
La investigadora postdoctoral del Centro Regional CREAS, María José Vargas, doctora en Microbiología, destaca que la microbiota “es capaz de adaptarse al entorno y responder a los cambios en nuestra dieta, especialmente al consumo de fibra, un tipo de carbohidratos presentes en frutas, verduras, cereales, semillas y legumbres”.
Aunque el cuerpo humano no puede digerir por completo estos compuestos, la microbiota sí lo hace. Al fermentarlos, no solo obtiene energía, sino que también estimula su propio crecimiento y diversidad. “Una microbiota diversa es una microbiota sana y se asocia a múltiples beneficios como mejor tránsito intestinal, menor riesgo de enfermedades crónicas y regulación del colesterol y la glucosa”, señala la especialista.
En contraste, las dietas con bajo contenido de fibra —como la denominada dieta occidental, rica en grasas y azúcares simples— pueden provocar una pérdida significativa de esta biodiversidad, afectando la salud en múltiples niveles.
Desde el Centro CREAS, con proyectos de investigación como el “INTERESA” (ANID Regional R23F0004), con su enfoque en los diversos usos para los descartes agroindustriales como bagazo de cerveza y orujo de uva; los diversos proyectos que forman parte del programa TT Green Foods, relacionados también a revalorización de descartes; o el proyecto Fondef junto a la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, donde se busca rescatar las propiedades neuroprotectoras de la borra de café, se sigue investigando cómo potenciar el desarrollo de alimentos funcionales que favorezcan esta relación, en línea con una alimentación más saludable y sostenible.
“El tipo de alimentación que llevamos influye directamente en la composición de nuestra microbiota. Por eso podemos considerarla un verdadero biosensor de nuestros hábitos alimenticios”, concluye Vargas.