Las olas de calor se han vuelto cada vez más comunes e intensas en las ciudades chilenas, y el fenómeno de las islas de calor urbanas ya es una preocupación visible para quienes viven y trabajan en ellas. En estos sectores, las temperaturas pueden ser mucho más altas que en las zonas rurales cercanas, principalmente porque materiales como el asfalto y el hormigón absorben el calor durante el día y lo liberan lentamente. A esto se suma la escasez de vegetación y el calor que generan nuestras propias actividades cotidianas; desde el tráfico y la actividad industrial, hasta el uso masivo de aire acondicionado, factores que terminan acumulándose y haciendo que las ciudades se sientan aún más calurosas.

De acuerdo con Daniela Velozo, académica de la carrera de Arquitectura y del Departamento de Ingeniería Civil de la Universidad Católica de la Santísima Concepción (UCSC), este fenómeno es consecuencia directa de cómo construimos nuestras ciudades y de los materiales que predominan en ellas.

“Las altas temperaturas afectan con mayor intensidad a los centros urbanos porque en ellos predominan materiales de alta inercia térmica, como el hormigón, el asfalto y el vidrio”, explica. Estos elementos absorben grandes cantidades de energía durante el día y la liberan lentamente durante la noche, manteniendo elevadas las temperaturas incluso cuando el sol ya no está presente. A ello se suma la ausencia de vegetación, la falta de sombra y los extensos pavimentos duros que caracterizan a las zonas céntricas.

Frente a este escenario, la especialista enfatiza que las soluciones no pasan únicamente por reemplazar materiales, sino por reintroducir elementos capaces de moderar el microclima urbano. “La vegetación es una herramienta fundamental: los árboles de sombra, las especies nativas y las áreas verdes continuas disminuyen significativamente la temperatura superficial del entorno y mejoran la humedad ambiental”, sostiene. Además de refrescar la ciudad, estos elementos reducen la ganancia térmica de los edificios cercanos, lo que disminuye su demanda energética para climatización.

La académica también destaca el aporte de estrategias como cubiertas y muros vegetales, pavimentos claros o permeables, y superficies reflectivas, que permiten bajar la absorción de calor en calles, plazas y fachadas. A nivel de diseño, plantea que soluciones simples; como orientar adecuadamente los edificios, incorporar ventilación cruzada o priorizar sombreamiento natural mediante árboles, pérgolas y balcones. Estos generan impactos significativos en el confort térmico urbano.

En un contexto marcado por el cambio climático, Velozo subraya la importancia de que municipios, desarrolladores e instituciones públicas reconozcan la vegetación como infraestructura esencial y no como un recurso secundario. De manera cuidadosa, advierte sobre los efectos que puede generar la pérdida de arbolado urbano. “Cuando se elimina un árbol maduro, se pierde también décadas de crecimiento necesarias para que una nueva especie alcance el tamaño que permita aportar sombra efectiva y regular la temperatura”. Por ello, recomienda proteger el arbolado existente, planificar reforestaciones con especies apropiadas y asegurar continuidad entre áreas verdes para maximizar su efecto regulador.

Finalmente, y junto con la responsabilidad institucional, la académica recuerda “el rol fundamental de la ciudadanía en el cuidado de la vegetación urbana: evitar dañar árboles jóvenes, no colgar elementos en sus ramas, no estacionar sobre veredas ni compactar el suelo donde crecen, y mantener limpios los espacios públicos para favorecer su desarrollo. La adaptación al cambio climático exige fortalecer la infraestructura verde y priorizar el sombreamiento natural, porque no solo refrescan nuestras ciudades: también mejoran la salud, el bienestar y la resiliencia de los entornos urbanos”, concluye.

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Equipo Prensa
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