En un mundo cada vez más urbanizado y acelerado, la actividad física en entornos naturales se presenta como una poderosa herramienta para mejorar la salud física y mental. Más allá del ejercicio en sí, el contacto con la naturaleza potencia los beneficios del movimiento, generando una experiencia integral que conecta al ser humano con su entorno.
La práctica de ejercicio al aire libre ofrece ventajas únicas frente a los espacios cerrados. Según Dra. Paula Plaza, docente investigadora de la Escuela de Kinesiología de la Universidad Andrés Bello, sede Viña del Mar, “la experiencia multisensorial que se genera en entornos naturales activa diversos sistemas sensoriales mediante la exposición a sonidos, aromas, colores, texturas y terrenos irregulares. Estos elementos contribuyen al desarrollo de la percepción corporal y a una mejor respuesta motora, ayudando a la coordinación y mejora de engramas motores”, explica.
Además, la kinesióloga destaca que “la exposición a la luz solar —lo que comúnmente se denomina ‘baños de sol’— favorece la síntesis de vitamina D, fundamental para la salud ósea, muscular y del sistema inmunológico”. El contacto con vegetación y cuerpos de agua también promueve estados de calma y bienestar, mejorando la oxigenación y estimulando la liberación de endorfinas, conocidas como las “hormonas de la felicidad”.
Una conexión vital
El impacto emocional del ejercicio en la naturaleza es profundo. “El contacto con la naturaleza durante la actividad física permite reconocer que somos parte de un ecosistema compartido con múltiples formas de vida”, explica Plaza. “Esta conexión genera una respuesta emocional positiva, al activar sistemas sensoriales mediante estímulos como el canto de las aves, el sonido del viento entre las hojas o el movimiento de las olas. Estos estímulos, al ser percibidos como agradables, favorecen la liberación de neurotransmisores asociados al bienestar”.
Sin duda que la clave está en el disfrute. “La principal recomendación es optar por actividades que resulten placenteras, ya que el disfrute favorece la adherencia a la práctica”, señala la académica de la UNAB. Caminatas, senderismo, ciclismo, natación en aguas abiertas, surf, bodyboard, Stand Up Paddle (SUP) o slackline son algunas opciones. “Aunque podría pensarse que una mayor duración implica mayores beneficios, lo esencial es evitar el sedentarismo y procurar una exposición frecuente a entornos naturales, incluso si es por períodos breves durante la semana”, añade.
Niños: los grandes beneficiados
Si bien todos pueden beneficiarse, hay un grupo que destaca especialmente. “El grupo que podría experimentar mayores beneficios es el infantil. Durante esta etapa se desarrollan tanto el sistema nervioso como los hábitos de vida, por lo que el contacto temprano con la naturaleza puede influir positivamente en el desarrollo integral y en la formación de una cultura de actividad física vinculada al entorno natural”, afirma Plaza. Además, este vínculo temprano fomenta el cuidado del medio ambiente y fortalece el sentido de pertenencia al territorio.