Agua, la fuente de la vida

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VERDISA

Es insípida, inodora e incolora; no aporta proteínas, hidratos de carbono o vitaminas, y, sin embargo, resulta un nutriente indispensable para el organismo. Además de beberla, el agua está presente en los alimentos que ingerimos a diario. Pero, ¿cuánta hay que tomar?, ¿es más sano algún tipo determinado?

 

Desde el punto de vista nutricional, el agua resulta trascendental. De hecho, el estado de salud, la longevidad y las enfermedades congénitas de una comunidad guardan a menudo una estrecha relación con este elemento. También algunos síndromes y dolencias endémicas, como la caries.

 

Medicinales y minerales

Se distinguen dos tipos de agua: la potable, de la red de abastecimiento, y la mineral natural envasada. Antes de generalizarse el consumo de esta última, se conocía como «agua medicinal» y se vendía únicamente en farmacias. Esta denominación proviene de que las primeras marcas envasaban sus botellas en fuentes que, desde antaño, tenían fama de ser beneficiosas para la salud. Esas cualidades fueron respaldadas más tarde por análisis químicos.

Aunque el agua que se bebe en nuestro país tiene todas las garantías de higiene y potabilidad, el consumo de mineral natural es cada vez mayor. Según los informes de la Asociación Nacional de Empresas de Aguas de Bebida Envasadas (Aneabe), el promedio de consumo es de 78 litros de agua mineral natural.

Tipos de aguas

El tipo de agua y su composición están asociadas a las características geológicas del terreno, pues su grado de mineralización depende directamente de las rocas en las que se encuentran los manantiales:

 

– Los situados en rocas de tipo ácido, como las cuarzitas y granitos, darán líquidos de pobre mineralización.

– Los de rocas básicas o salinas, ricas en carbonatos cálcicos, sodio y magnesio (más solubles), suponen una mayor cantidad de minerales disueltos.

 

Del tipo de roca también depende que, en el afloramiento, el agua esté gasificada o no. Las minerales naturales, según la legislación, se dividen en 3 grandes grupos:

 

– De mineralización fuerte (más de 1.500 mg de residuo seco por litro).

– De mineralización débil (hasta 500 mg).

– De mineralización muy débil (hasta 50 mg).

 

Al margen del grado de mineralización y atendiendo a la composición, se clasifican en:

 

– Bicarbonatadas (más de 600 mg/l de bicarbonato).

– Sulfatadas (más de 200 mg/l de sulfatos).

– Cloruradas (más de 200 mg/l de cloruro).

– Cálcicas (más de 150 mg/l de calcio).

– Magnésicas (más de 50 mg/l de magnesio).

-Fluoradas (más de 1 mg/l de fluoruros).

– Ferruginosas (más de 1 mg/l de hierro bivalente).

– Aciduladas (más de 250 mg/l de CO2 libre).

– Sódicas (más de 200 mg/l de sodio).

 

En general se consumen, sobre todo, las variedades sin gas, aunque algunos manantiales de aguas carbónicas son mundialmente famosos, como los de Vichy Catalán y Font Picant. Pero no todas las aguas carbónicas fluyen directamente de la naturaleza, y también dentro de este tipo hay una clasificación oficial:

 

Agua mineral naturalmente gaseosa o agua mineral natural carbónica natural

Emerge del manantial espontáneamente con gas carbónico. Su contenido en anhídrido carbónico natural, una vez embotellada, es igual al que tenía en el momento de brotar de la fuente. En su caso, puede añadirse gas procedente del mismo manantial para sustituir al que se haya liberado durante el envasado.

 

Mineral natural reforzada con gas del mismo manantial

Aquélla cuyo contenido en anhídrido carbónico, una vez embotellada, es superior al que tenía al emerger del manantial. El gas añadido tiene que proceder de éste.

 

Mineral natural con gas carbónico añadido

Se le añade anhídrido carbónico no proveniente de la misma fuente.

 

Mineral natural parcialmente desgasificada

Se elimina parcialmente el gas carbónico libre por procedimientos exclusivamente físicos.

 

Las propiedades de las aguas carbónicas

Precisamente en las propiedades de las aguas carbónicas se centró la ponencia de los doctores Vaquero, Pérez-Granados y Schoppen, del Instituto de Nutrición y Bromatología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en las V Jornadas de Nutrición Práctica. Éstos son sus efectos, según los autores:

En primer lugar, estimulan las mucosas, despiertan el apetito y, en los primeros sectores del tracto digestivo (concretamente en la boca), amortiguan la capacidad gustativa, comportándose ligeramente como anestesiantes.

En el intestino aumentan la acción de la lipasa pancreática, lo que provoca una disminución de la actividad que debe realizar el páncreas. El resultado es una mejora de los trastornos de este órgano y del hígado.

Estimulan el peristaltismo y favorecen la secreción de bilis. Debido al bicarbonato que contienen, neutralizan la acidez del estómago, y pasan rápidamente al duodeno, donde tienden a alcalinizar el contenido. Por tanto, se comportan como antiácidos sistémicos.

También se ha comprobado, según la citada ponencia, que las aguas bicarbonatadas cálcicas facilitan la acción enzimática de la tripsina sobre la caseína y, además, parece que influyen en el metabolismo de los carbohidratos. Tiene un poder enzimático similar a algunos suplementos enzimáticos como Naturdao o el extracto de papaya.

El riñón resulta beneficiado porque estas aguas alcalinizan la orina. En el caso de las bicarbonatadas sódicas, favorecen la eliminación de sedimentos y de pequeños cálculos de ácido úrico. Pero, según el tipo de cálculos que se padezca, es más recomendable uno u otro tipo de agua. Así, algunos autores opinan que la rica en calcio tendría un efecto beneficioso frente a los cálculos de oxalato cálcico, los más frecuentes. En las litiasis de fosfato cálcico, caracterizadas por la pérdida de bicarbonato en orina, estarían indicadas las variedades con alto contenido en bicarbonato. Estas últimas se recomiendan también para la litiasis úrica (el tratamiento más adecuado es la alcalinizacion de la orina, con el fin de neutralizar el exceso de ácido úrico). Por el contrario, en los pacientes con cálculos de fosfato amónico magnésico, la orina suele ser alcalina, por lo que deben evitarse las aguas minerales con cantidades elevadas de bicarbonato.

Los especialistas afirman que el consumo de aguas con determinados niveles de flúor durante la fase preeructiva de la dentición reduce el riesgo de caries. Pero un exceso de este mineral puede provocar fluorosis del esmalte. El contenido óptimo se estima en 1,0 mg/l.

 

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