En pocos años, Chile se ha convertido en uno de los países más obesos del mundo, y las consecuencias están a la vista: más diabetes, más hipertensión, más enfermedades cardiovasculares y una pérdida sostenida en nuestra calidad de vida. ¿Qué está detrás de este fenómeno? Una de las principales causas es el aumento explosivo del consumo de alimentos ultraprocesados.

Estos no son simple “comida rápida” o snacks. Son productos diseñados industrialmente, cargados de aditivos para mejorar su apariencia, sabor o textura, pero pobres en nutrientes reales. Son sabrosos, casi adictivos, baratos y altamente disponibles, lo que ha desplazado lentamente a la comida de verdad: frutas, verduras, legumbres, preparaciones caseras y alimentos frescos. Comer saludable, en este contexto, se ha convertido en un privilegio.

La reciente Serie de The Lancet, una de las revistas científicas más influyentes del planeta, lo confirma: la expansión global de los ultraprocesados está dañando la salud humana, alimentando epidemias de enfermedades crónicas y profundizando desigualdades sociales. Nuestro país no es la excepción y los consume como pocos países en el mundo. Estos productos están emergiendo como una amenaza para la salud pública tan o más grave que el tabaco.

Si bien la Ley de Etiquetados fue un avance enorme —hoy identificamos con claridad el exceso de azúcar, sodio o grasas—, la evidencia muestra que ya no basta. Muchos ultraprocesados no necesariamente superan esos límites, pero igual nos hacen daño por su composición artificial y, sobre todo, porque reemplazan alimentos saludables en nuestra dieta diaria.

The Lancet plantea medidas concretas que Chile debiera considerar: advertencias frontales que identifiquen el ultra procesamiento, prohibición de publicidad dirigida a niños, limitar su presencia en colegios, hospitales y oficinas públicas, y algo especialmente relevante, aplicar impuestos especiales para desincentivar su consumo y financiar políticas que permitan que alimentos frescos, simples y mínimamente procesados sean accesibles para todas las familias.

Este no es un problema de culpa individual. Es el resultado de un sistema alimentario dominado por pocas corporaciones que priorizan sus ganancias por sobre la salud de las personas. Es hora de recuperar el control sobre lo que comemos. Como país, podemos avanzar hacia una alimentación más real, saludable y humana. Y como sociedad, podemos empezar hoy creando condiciones para que todas las familias accedan a alimentos de verdad. Nuestro futuro también se define en la mesa.

Osvaldo Artaza Decano Facultad de Salud y Ciencias Sociales Universidad de Las Américas

 

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